martes, 12 de febrero de 2013

Próxima estación: La República

Salvador Crossa Ramírez








Hemos desayunado hoy con Rajoy. Después de tratar de vender a España como quien vende a un esclavo, se ha dejado entrevistar con toda la amabilidad, y además, como ya es costumbre con los foráneos ha prodigado toda la locuacidad que no luce en casa. Eso de quedar bien con los demás parece que nos preocupa demasiado a los españoles, no sólo a los gallegos. En un momento muy interesante de la entrevista ha trazado el presidente todas las opciones posibles para el futuro de España, ha hablado de la recentralización del Estado, del derecho de auto determinación, del perfeccionamiento de la constitución vigente y del federalismo, pero se ha olvidado de la opción política de la República y muy a pesar mío he de decir también y en honor a la verdad que se ha olvidado de la opción del golpe militar, muy posiblemente al servicio de la monarquía, ya que el Rey es el jefe supremo de los tres ejércitos y no el parlamento, un hipotético golpe de estado que de no poderse superar nos llevaría a una nueva dictadura y el peor de los casos quizá, a otra guerra civil. En España, aunque no lo haya dicho nuestro presidente hay golpistas de extrema derecha dispuestos a aprovechar cualquier oportunidad en la que se debilite el orden social y no le quepa ninguna duda a nuestro actual presidente señor Rajoy que aquí también hay republicanos, muchos republicanos.


El presidente del gobierno de su majestad se siente muy seguro de que los españoles no vamos a cargarnos la monarquía dado el miedo que cree que tenemos al desvalimiento político. Se justifica manifestando la ausencia en España de partidos “estrafalarios” que puedan darle problemas a los partidos alternantes de la monarquía. Cuenta además con las armas demagógicas y de información que él cree que domina, porque minusvalora la fuerza de las comunicaciones transversales que ahora tenemos a nuestro alcance. Quizá piense en su vanidad que tenemos los españoles un mal recuerdo de la Republica, sembrado y bien alimentado por los vencedores de la guerra civil. Pues por mucho que le pese al señor Rajoy muy pocas son las manifestaciones en las que no aparecen banderas republicanas. Ya lo sé, usted dirá señor Rajoy que es por fastidiar, por mostrar descontento, desacuerdo. Es posible que de eso haya mucho, pero la ilusión que creó la II Republica, a pesar de las decepciones posteriores fue muy superior a todas las ilusiones que usted haya creado nunca ni su monarca ni todos los de su partido. Esa ilusión que trajo la República en su día perdura aún en nuestro inconsciente colectivo sin que usted pueda hacer nada por evitarlo. La República fracasó porque un levantamiento militar acabó con ella y aún no tenemos en España una República porque la sucesión del dictador fue llevada a cabo con éxito gracias al desvelo de unos y a la prudencia de otros. Esta es la primera causa, aunque no la única, de que tengamos un monarca en España. Pero la República fracasó también y entre otras muchas cosas por la falta de cultura democrática de los españoles en ese preciso momento histórico, no de todos, de algunos españoles de entonces, de derechas y de izquierdas, de una gran minoría de burgueses y señoritos de uno y otro bando enfrentados mediante la violencia ciega, de hijos de buena familia y de gente llena de odio y de ganas de guerra como dejó reflejado Azaña en un artículo escrito en 1939 llamado “Las causas de la guerra civil de España”:
La II República comenzó su andadura asombrando al mundo por el sentido de la honestidad que mostraron los españoles de entonces, tanto los del bando monárquico perdedor como los del bando republicano, ya que al ganar los partidos republicanos las elecciones en las grandes ciudades y a pesar de que en un sentido global, incluyendo a las áreas rurales el recuento de los votos dio la victoria por una pequeña diferencia a los monárquicos, resultaba evidente que la intelectualidad de la época y las fuerzas activas de las ciudades estaban por la República y esa situación resultaba ya irreversible. La revolución que más ilusiones despertó en España, la República llamada de los profesores o de los maestros, de la Institución Libre de Enseñanza, de aquellos enseñantes cargados de ideología, de filosofía Krausista, liberales de izquierda en su mayoría, laicos casi todos, racionalistas, respetuosos de la libertad y amantes de la ciencia y de la cultura. La ilusión que crearon aquellos profesores durante los pocos años que ejercieron ha perdurado en aquellos niños de entonces, ya casi todos fallecidos, a lo largo de sus vidas. Muchos estudios han demostrado que los niños de la República conservaban ya a una edad muy avanzada un bagaje ético y cultural diferente al resto de la población española, amaban especialmente la lectura y tenían una letra muy elaborada, altos ideales y un sentido de la ciudadanía y de la honestidad que no supieron darnos los maestros de la dictadura, entre otras cosas porque los maestros republicanos habían sido metódicamente fusilados y sustituidos por falangistas que hacían de maestros, quizá los mismos que les reprimieron. Quienes ya peinamos canas sabemos de la crueldad de aquellos maestros de la dictadura y cuando tenemos la oportunidad nos afanamos en contarlo donde fuere, bien a un amigo o bien en público, en una especie de terapia de desahogo dados los traumas que nos causaron con sus imposiciones y sus violencias. Sabemos también del enorme esfuerzo que ha supuesto para muchos de nosotros dejar de creer en nuestros maestros fascistas, o en los padres fascistas quienes los tuvieren, para lanzarnos desamparados por un camino oscuro y solitario hasta encontrar una ética diferente a la nacional católica que nos convenciera, una ideología y un modo propio de ver las cosas en franca oposición a la ideología de quienes fueron nuestros queridos maestros fascistas. 
Hace muchos años me crucé en un supermercado con uno de mis maestros fascistas. Le vi tan frágil, tan anciano que no pude remediar un sentimiento de ternura hacia él. Yo, he de reconocerlo, amaba a mis maestros fascistas, los amaba aunque fueran crueles e intolerantes conmigo, los amaba porque fueron capaces de dar sus vidas por una España limpia de rojos, una gente que en mi imaginario superaba a todos los monstruos que pudieran pulular en la trastienda de mi conciencia. Yo los amaba porque como cualquier niño necesitaba amar y admirar a mis maestros, igual que a mis padres, y los amaba también porque según nos habían inculcado teníamos todos un enemigo común, un sentido de la obediencia, un miedo a la libertad, en definitiva, un temor a Dios que justificaba todos los castigos que recibíamos a fin de poder tener la esperanza de evitar el castigo mayor del infierno.
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El silencio de Rajoy me reafirma más aún en la necesidad de una Republica, no ha querido ni hablar de ello a pesar de que se mostraba animado y las omisiones pueden resultar a veces muy sonoras. Quizá piense nuestro presidente que los republicanos somos una fuerza minoritaria y no una voluntad colectiva dormida que espera el momento adecuado para imponerse, porque republicanos en España hay muchos, monárquicos muy pocos y juancarlistas que no son precisamente monárquicos cada vez quedan menos. Aún hay muchas buenas personas que creen en los mensajes publicitarios que tratan de ocultar la estafa de régimen que tuvimos que aceptar tras la muerte de Franco a fin de evitar males mayores. Un régimen más feudal de lo que en principio parece, porque las murallas ahora no son de piedra sino de informaciones sesgadas y leyes que protegen a los gobernantes de sus posibles fechorías
No me siento representado por la monarquía ni por el señor Rajoy y significo muy poco, lo sé, pero aunque el señor presidente lo ignore o lo quiera ignorar, somos muchos los que apoyamos una III República para España. Una República en la que todos seamos más responsables de nuestros destinos y por lo tanto más cultos en ciudadanía, pero también si es preciso más pobres para que quienes viven en la miseria puedan salir de ella. El grado de sacrificio solidario que necesitaremos hacer es proporcional al grado de justicia social que nos propongamos implantar en nuestra III República, es decir, al grado de nuestra educación cívica y al grado de eficiencia a la hora de crear justicia social, ciudadanía, solidaridad, pensamiento laico y riqueza a partir de premisas inspiradas en el respeto, la felicidad y el socialismo, por ese orden. 


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