Ramón García Hernández Secretario de Comunicación ALTER |
No podía ser muy democrática una Constitución encabezada por el
siniestro escudo preconstitucional. La tramoya de la transición y el
consenso sacrosanto cumple 35 años sumida en el desprestigio más
absoluto porque nadie, excepto aquellos que tienen motivos interesados,
cree que tenga la más mínima credibilidad en su articulado.
La jefatura del Estado quedó en manos del heredero designado por el
dictador. A lo largo de los años se ha forzado todo lo forzable para
darle barniz democrático a una corona que hunde sus raíces en el
infausto 18 de julio de 1936 y que incluye en su dinastía a varios de
los personajes más penosos de la historia de nuestro país. A estas
alturas, el que no ve el artificio que supone la llamada “monarquía
parlamentaria” en nuestro país es porque no quiere.
El título referido a los derechos y libertades fundamentales tiene un
redactado muy correcto, en teoría, pero con muchas concesiones a
aquellos que desean restringir sus efectos cuando conviene. Es el caso
de nuestros días, cuando la población se manifiesta en las calles contra
los recortes inmorales que destrozan la dignidad de sus condiciones de
vida.
Los llamados “principios rectores de la política económica y social”
resultan ser una broma de mal gusto al no poder ser exigibles por los
ciudadanos, quedándose en el difuso mundo de las declaraciones de
intenciones: trabajo, vivienda, servicios sociales, pensiones, sanidad,
educación…
La jerarquía católica sigue metiendo sus narices en los asuntos que
no son de su incumbencia olvidando la pretendida aconfesionalidad del
Estado con la anuencia de los gobernantes. También meten la mano en el
cesto del dinero público.
La organización territorial no ha cumplido ninguna de expectativas de
las diferentes naciones y regiones. La tensión es permanente y con
mayores grados de manipulación para esconder detrás de las banderas los
problemas reales de los españoles.
Los partidos turnantes que pretenden mantener vivo el espíritu del 78
son maquinarias para asegurar los intereses de sus dirigentes, que a su
vez son los obedientes empleados de los verdaderos amos de España, los
de toda la vida: los grandes capitales tanto nacionales como
multinacionales que pisotean cada vez con mayor fuerza la vida de los
ciudadanos.
No solo no hay nada que celebrar. Es que no hay NADA. Ni
constitución, ni estado, ni social, ni democrático, ni de derecho.
Podemos hacer como que no nos enteramos pero ya es hora de que baje el
telón, que acabe el teatro y empezar a construir una realidad digna,
democrática, sin artificios: La III República Española.
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