viernes, 15 de marzo de 2013

La República no es sólo una niña


No nos cansemos de darle vueltas, aquí parece que siempre gana el bipartidismo que proyectaron los padres de la reforma monárquica franquista, que triunfa sin apenas méritos una conformidad aderezada de éxitos deportivos y de verdades a medias. La mediocridad de nuestros gobernantes se sostiene por paradójico que parezca gracias al descrédito de la política como instrumento capaz de cambiar las cosas. Parece que se sostiene, bajo mínimos en una confianza vacía, acomodaticia y torpe hacia los políticos de la corte, hacia los empresarios y hacia quienes se autonombran padres, o líderes espirituales en contacto directo con un “más allá” de dudosa comprobación, y nos venden esperanzas de futuro a cambio de abusar física y psicológicamente de nuestros niños y en general de todos nosotros.

La opinión pública se exaspera, pero más allá de la protesta inútil parece que no abundan las alternativas revolucionarias ante quienes sostienen a un sistema ético, político y económico que no convence a nadie salvo por los réditos que genera a unos pocos, los chanchullos, las corruptelas y las actividades más impropias de quienes deberían servir de modelo a quienes les votaron y muy especialmente a toda una generación de españoles en plena formación que aún no les han votado. Este “más de lo mismo” parece que se acomoda en nuestra vida cotidiana, y aunque cueste a veces entenderlo toma asiento en nuestra mesa, duerme a nuestro lado y con demasiada frecuencia nos arroja a la pereza política, a la falta de ideales, al desencanto más profundo que haya conocido jamás la historia del hombre.

Dicen que desde que podemos votar todos salimos ganando, que las elecciones son una garantía democrática de triunfo de la democracia sobre la autarquía, de la justicia social sobre el descontento, de la paz sobre la guerra, del pueblo sobre sus opresores. Pero dudo que en España y a pesar del voto hayan ganado de forma clara y contundente la igualdad de oportunidades, la justicia social, los valores éticos, la democracia de base, el trato a las minorías y en general los valores que definen a una República de ciudadanos libres, iguales y comprometidos con el bien común.

Nunca está de más hacer autocrítica, aprender de la experiencia compartida, mejorar nuestra actividad política, imaginar caminos nuevos para hacer llegar a la gente nuestro mensaje y diferenciarnos del cacareo populista diciendo las cosas claras, a la cara y sin miedo, desbrozando caminos, acercando la III República a España y poniéndole fecha de caducidad a este modelo de Estado sin soberanía popular que nos han impuesto. Desde la última reforma constitucional de septiembre de 2011, por supuesto no sometida a referéndum y propiciada por el PSOE con el apoyo del PP y de UPN, es decir, más de las tres quintas partes de los escaños, nuestra patria ha pasado de ser una propiedad en manos de la rancia burguesía heredera de los privilegios del franquismo para ser ahora una tierra tutelada por un imperio económico intangible y muy difícil de vencer pero no imposible, que apoya y mima con el mayor descaro a los bancos y a sus políticos reaccionarios.

Me dicen que República es una niña a la que hay que amar y cuidar, pero esto es sólo un aspecto tangencial de la cuestión republicana, un enfoque romántico que tenemos que aparcar al menos de momento y en espera de tiempos mejores. La República no necesita ahora madres que la mimen sino mujeres y hombres que la ayuden a crecer y a liberarse de sus enemigos. La República necesita ahora patriotas y no nodrizas que la arrullen. Y al decir “patriotas” no me estoy refiriendo al patriotismo barato que los fascistas utilizaron en su propaganda, nuestro patriotismo no es ese patriotismo torpe, instintivo, egoísta, animal podría decirse que ata a la tierra a quienes se sumergen en él y les obliga a mantener tradiciones inútiles, privilegios intolerables y propiedades absurdas. El nuestro no es un patriotismo de xenofobia ni de autoridad unionista. El nuestro es un patriotismo que no conoce la palabra “extranjero” ni sabe hacer reverencias, ni tolerar privilegios de clase, ni verdades papales. Nuestro patriotismo es de cultura abierta, de valores éticos universales que forman parte de una noble historia. 

Salvador Crossa Ramírez

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